domingo, 22 de mayo de 2011

El americano impasible, de Graham Greene


-¿En cuántos cientos de millones de dioses cree la gente? Vamos, si hasta un católico cree en un dios totalmente distinto cuando está asustado o feliz o tiene hambre.

Estar enamorado es vernos como alguien nos ve, es estar enamorado de la imagen falsa y exaltada que alguien se ha formado de nosotros. En el amor, somos incapaces de honor; el acto de coraje no es más que un papel que representamos ante un auditorio de dos personas. 

Cerré los ojos y traté de imaginarme en otra parte; sentado en uno de esos compartimientos de cuarta clase que había en los ferrocarriles alemanes, antes de la subida al poder de Hitler, en esos días en que uno era joven y podía estar toda la noche sentado en un tren, sin melancolía, cuando los sueños de la vigilia estaban llenos de esperanza y no de temor. 

He llegado a una edad en que el sexo no resulta un problema tan importante como la vejez y la muerte. Me despierto pensando en ellas, y no en un cuerpo de mujer. No quisiera estar solo durante mi última década de vida, nada más. No sabría en qué pensar durante todo el día. Prefiero tener a una mujer en mi cuarto, aun una mujer a quien no amo. 

El tiempo tiene sus venganzas, pero las venganzas tantas veces resultan rancias. ¿No haríamos mucho mejor todos nosotros si no tratáramos de comprender, si aceptáramos el hecho de que ningún ser humano comprenderá jamás a otro, ni una mujer a su marido, ni un amante a su amante, ni un padre a su hijo? Quizá por eso los hombres inventaron a Dios: un ser capaz de comprender. Quizás si quisiera ser comprendido o comprender me atontaría hasta tener una religión; pero soy un reportero, y Dios sólo existe para los que escriben editoriales.

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