domingo, 1 de mayo de 2011

El evangelio según Van Hutten, por Abelardo Castillo


Esa misma noche, junto a los acantilados amarillos del Mar Muerto, Van Hutten se acostó por primera vez con la chica y tuvo, por primera vez, la certeza absoluta de que uno sólo encuentra lo que busca, aunque no siempre sepa qué es, realmente, lo que ha estado buscando.

-Le vi la cara la primera noche. Tenía cara de suicida, de persona que se durmió a los treinta años, se despertó de golpe cerca de los cincuenta y, mirándose en un espejo se preguntó qué, cómo, quién es ese señor maduro.

Esa noche, en mi árbol de la cascada, sentí ganas de reírme, y, contra todo lo que yo mismo hubiera esperado en semejantes circunstancias, me reí. No era nada bueno reírse en la oscuridad, temblando de frío una noche de calor, al borde de una hondonada, con ese fondo invisible que tronaba allá lejos. Pero había recordado las palabras del doctor Golo, cuando mi llegada a La Cumbrecita. Cuidado con las sobredosis de naturaleza. La naturaleza hace meditar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario